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09 Jan

EL HOMBRE Y SU MUNDO

Publicado por Andy Guerra Alemàn

EL HOMBRE Y SU MUNDO
Los humanos, además de naturaleza somos historia. Vivimos conformando nuestra singular personalidad a base de elegir unas posibilidades y dejar otras. Nos movemos en un mundo que al menos en parte es realización nuestra. La mundanidad y la temporalidad son ingredientes necesarios de nuestro humano vivir y también del escenario de nuestra histórica existencia
Bertrand Russel comentaba sarcásticamente que el animal humano para ser la obra maestra de un Ser Omnipotente con tantos millones de años de experimentación no había sido una gran cosa que digamos, el resultado habría sido poco brillante. Lo que a mí me parece es que a medida que nos acercamos al misterio humano vamos descubriendo que el hombre es un ser grandioso y singular, tanto que cualquier individuo, aún el más insignificante, vale más que una infinidad de mundos.
Innumerables son las definiciones que del hombre se han dado… Ninguna resulta satisfactoria. No porque sean falsas sino por que resultan ser insuficientes. Al final resulta que los hombres y mujeres somos siempre un algo más de lo que de nosotros se dice, porque nuestro proyecto humano permanece siempre abierto, inacabado. Siempre podemos llegar a ser algo más de lo que en un momento determinado somos. Agustín de Hipona decía que “el hombre es un ser siendo”. Tal como si dijéramos, que es un ser que nunca toca fondo, un ser que nunca acaba de ser lo que es. Es como si estuviéramos en tensión constante.
Es verdad que nacemos ya con una naturaleza específica que nos diferencia de todos los demás seres, pero no es menos cierto que esa naturaleza común está siempre a la espera de una realización personal. Con la personeidad se nace, en cambio la personalidad se adquiere decía Zubiri, a base de ir haciendo cosas y afrontando nuevas situaciones. En definitiva con nuestro comportamiento es como vamos escribiendo nuestra historia y eso es lo que vamos a dejar en herencia a los demás.
Tenemos que ir conformando nuestra propia vida y hay muchas formas de hacerlo. Frente a nosotros se abre un inmenso mundo de posibilidades, necesariamente tendremos que coger unas y dejar otras y este es precisamente el gran riesgo que corremos los humanos, pues podemos equivocarnos en la elección. Podemos incluso equivocarnos eligiendo no hacer nada. Hoy que tan de moda está la cultura del ocio, fácilmente puede asaltarnos la tentación de hacer el vago. Escuchamos por ahí decir a algunos que su máxima aspiración es que llegue el día que se pueda permitir el lujo de no hacer nada. Yo personalmente no quisiera que ese día llegara nunca para mí. De las mil posibilidades que cada día ofrece, me gustaría aprovechar una, aunque sólo fuera una. No se trata tampoco de hacer por hacer. No es suficiente con hacer algo, es preciso hacer bien lo que se hace. Mucho se podría decir al respecto.
Responsables somos de lo que hacemos y no tanto de lo que nos pasa. A veces nos suceden cosas que no queremos, ni hemos buscado. No está en nuestras manos conformar el curso de los acontecimientos en que nos vemos envueltos, esto es verdad, lo que sí depende de nosotros es la actitud con la que podemos enfrentarnos a ellos. Lo que haya de ser será. No está en nuestras manos elegir la carga que hemos de llevar; pero sí depende de nosotros robustecer los hombros para poder soportarla. Conocida de todos es la frase de Tagore “Si de noche lloras porque no puedes ver el sol, las lágrimas te impedirán ver las estrellas”. Demos por descontado, que el infortunio tarde o temprano llamará a nuestra puerta, por eso mismo tendremos que aprender a llorar y tal vez como decía Unamuno ésta sea la suprema sabiduría.
Toda historia, también la del hombre requiere un escenario donde representarse. Los hilos de nuestra existencia se van entretejiendo dentro de un marco espacial y temporal. Un día fuimos arrojados al mundo y allí comenzó nuestro personal peregrinaje. Espacio y tiempo siempre han sido considerados condiciones inseparables de nuestra condición humana.
Nuestra corporeidad está en el origen de nuestra mundanidad. Nuestros sentidos, órganos o miembros corporales están pensados para ejercer su función en complicidad con el mundo exterior. Muchas reflexiones se podían hacer al respecto. Se puede hablar como lo hizo Max Scheler del puesto del hombre en el mundo y también se puede hablar del puesto del mundo en la vida del hombre como le gustaba decir a Julián Marías. Se cree y así es, de que los hombres ocupamos un lugar privilegiado en el mundo; si bien unos más que otros, pues aunque todos vivamos bajo el mismo cielo y nos alumbre el mismo sol, el entorno en que unos y otros nos movemos, es bien distinto, nuestros mundos al igual que las circunstancias que rodean nuestros “yos” son bastante diferentes. Para unos el mundo es un hotel de cinco estrellas, para otros no pasa de ser una choza. Hemos construido un mundo en el que mucha gente ha quedado excluida sin saber ya que hacer para seguir viviendo. Basta con decir que tres, sólo tres personas, acumulan en sus manos la riqueza equivalente a la de 48 países más pobres de la tierra. Nos quejamos de nuestro mundo y decimos que no nos gusta; pero en realidad este mundo no es otro que el que nosotros mismos hemos construido.
Inseparable de nuestra mundanidad está nuestra temporalidad. La vida no es otra cosa que proceso en marcha. Casi en forma de acertijo preguntaba Voltaire ¿ Cual es de todas las cosas del mundo la más larga y la más corta, la más rauda y la más lenta, la más divisible y la más extensa, sin la que nada se puede hacer, que devora lo pequeño y vivífica todo lo que es grande? No, no es el dinero. ¿Sabe alguien cuál? Es el tiempo, que Platón define como la imagen móvil de la eternidad. Bella definición; pero con ella no queda desvelado el misterio que lo envuelve, así hablamos del pasado que ya no es, del futuro que todavía no ha llegado y del presente que antes de pronunciarlo se ha esfumado.
Los latidos del corazón del tiempo se nos escapan, como el agua entre las manos y aún con todo, nada podemos hacer sin él. Heidegger llega a decir del tiempo que es el fundamento ontológico de nuestra existencia. Es mentira eso que se dice por ahí de que el tiempo es oro. El tiempo es mucho más. Nikós Kazanzaki suplicaba un poco tiempo para concluir su obra. Poco antes de morir decía: El tiempo ha llegado a ser para mí el bien supremo: cuando veo a los hombres malgastar el tiempo, me dan ganas de ir a una esquina a tender la mano como un mendigo: dadme una limosna buenas gentes, dadme un poco de ese tiempo que perdéis, unos minutos, una hora… . Hoy, inmersos como estamos en la cultura despreocupada del “Carpe diem” sin apenas proyección de futro, convendría reparar en las responsabilidades que tenemos contraídas con nosotros mismos, con los demás y también con el mundo que nos rodea en orden a alcanzar aquellas metas personales y sociales en consonancia con nuestra condición humana
Ángel Gutiérrez Sanz
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